¿Cuándo te Casas? - I
Las desventuras de una presunta solterona. Guerra de nervios. Cómo se inventa un novio.
Cuando cumplí los veintisiete años y, desde entonces con frecuencia creciente, hasta convertirse en gota de agua que horada la piedra, estoy oyendo la pregunta consabida y ritual?
¿Cuándo te casas?
A veces la respuesta que acudía a mis labios sinceros era:
¡Pero si no tengo novio!
Y venía el argumento contundente:
¿ Cómo me vas a hacer creer que una chica como tú (aquí una enumeración de atributos físicos y mentales que callo por modestia) no tenga novio? Eso no es cierto. Tú tienes que tener un amor en alguna parte. Cuenta...cuenta...
Y por cortesía había que inventar un novio.
Para inventar un novio, cuando en realidad no existe, hay una condición: Inventarlo lejos, es decir, que esté en una ciudad distante, peleando en Corea, haciendo investigaciones arqueológicas en Egipto, siguiendo un curso de especialización en vuelos interplanetarios. Pero desgraciadamente esta formula no produce efecto mucho tiempo. Los cariñosos amigos – sobre todo las amigas y mucho más cuando son de alguna edad – vuelven a la carga:
Tú trabajas demasiado, Maruja. Da lástima ver que una persona como tú trabaja todo el día en una oficina (o en una emisora, o en una librería, o vendiendo enciclopedias a destajo)¿ Porqué no te casas y dejas de trabajar?
¡Dios mío! ¡Cómo contestar, sin dejar fama de mujer intelectual desafecta a las tareas domésticas, que el trabajo de una oficina, el de vender libros a bordo de una camioneta o a bordo de una librería, conseguir avisos piara la radio hacer programas, es muchísimo menos pesado y mucho mejor retribuido que el trajín de un hogar? Se harían cruces y diría que justamente por eso están perdidas las mujeres demasiado estudiosas, porque pierden en l el gusto por tareas tan nobles y dignificantes como barrer la casa, cocinar y remendar medias. Y si a eso vamos, sin ánimo de conquistar al consabido y solicitado esposo, a mí no me disgustan las tareas domésticas. Pero lo que es inadmisible es que digan que una mujer se casa para dejar de trabajar.
Entonces cásate con un hombre rico y eso solucionará tus problemas económicos (porque naturalmente, si trabajo es porque tengo problemas económicos). No sé por qué tengo el destino de que se enamoren de mí los pobres de solemnidad. Entiendo que una santa monja de mi familia, allá en Galicia, le pidió a Dios que nunca le diera dinero a ningún Vieira porque el oro corrompe el alma. Y a fe que la voluntad divina se ha manifestado favorable a la petición de aquella religiosa incomparable… porque ni en propiedad ni en afinidad, ni en lotería, ni en negocios, ni, para hablar en términos venezolanos, en el 5 y 6, consigue esta ciudadana un centavo. De modo que por ese lado, tampoco.
Hasta ahí muy bien. O muy mal. Pero pasable. Lo verdaderamente atroz es que ningún acto, acción movimiento es juzgado por nadie como proveniente de un deseo lógico de cambiar de clima, de buscar mejores perspectivas económicas, o simplemente, de vivir tranquila. Hace tres años vine a Venezuela “Maruja se fue a casar”. Volví a Colombia. “Maruja se vino a casar”. Viajé en Colombia.”Maruja tiene novio en Medellín”. Me fui para otra parte. “Maruja tiene novio en Cali”. Viajé otra vez. “Maruja tiene novio en Popayán”
Maruja tenía novio en Caracas, Medellín, Cali y Popayán. ¿Por qué no te casas? ¿cuándo te casas? Pues sencillamente porque no tenía ni tengo novio en ninguno de esos sitios. Hasta ahora no hemos podido conseguir una variación de las leyes sociales, que nos permita a las mujeres sacar pareja en los bailes, o proponer matrimonio. De modo que por eso y nada más que por eso frecuento poco los bailes y no me he casado. O sea que no me agrada que me saque a bailar un hombre que no me gusta Y no me he casado porque alguien que me gusta no me lo ha propuesto.
¿Por qué? Porque los hombres (¡horror, tres veces horror!) en su absoluta mayoría abominan de las mujeres intelectuales y a mí me dio, hace ya varios años, por ser poeta. Indudablemente, el hombre que se casa con una intelectual de fama, más o menos consagrada, de muestra una personalidad muy por encima de lo común y una seguridad en sí misma, que no le permite ser presa de complejos absurdos de inferioridad. Pero doblemos esa doliente hoja.
Y pasemos al caso más grave de todos: cuando en realidad he conseguido novio –porque no todas las veces han sido inventados-. Entonces es realmente cuando la situación se transforma de aguda en alarmante y de alarmante en insostenible.
Va uno con su novio, qué digo, con su “pretendiente”, con su “flirt”, como quiera llamarse a un caballero a quien se ha conocido ocho días antes y con quien realmente se simpatiza, sintiéndose ambos propensos a que la simpatía se convierta en amor. Se trata por el momento de no poner las cosas en un plano de seriedad que las complique. Se ignora aún si se tienen los mismos gustos, se desconoce la familia del señor, él ignora absolutamente todo lo referente a nuestro modo de ser; no sabe todavía si somos de buen o mal genio, indiferentes o celosas, coquetas o circunspectas. Sabe solamente que la señorita que conoció hace ocho días le ha caído muy bien, que es agradable y además hace versos. Siente un vago temor por esto último, porque a lo mejor es la primera vez que se le ha ocurrido conseguir una novia en el medio “intelectual”, por inteligente, científico y culto que sea el interfecto.
Y en cualquier esquina estalla, como rayo repentino en cielo claro, la pregunta:
-¿Cuándo se casan?
¡Dios mío! Como el amigo es amigo de uno, es decir, de la que escribe esta deshilvanada crónica, empieza esta pobre servidora de ustedes a sentir que cambia de colores y literalmente “se muere de la pena”. El presunto enamorado puede pensar que ella, es decir yo, la presunta novia, ha dado informes a sus amistades en el sentido de que ya se ha hablado de matrimonio. Mejor dicho, que ha caído en el cepo, que ha sido cazado (con zeta) por alguien que quiere casarlo (con s) mejor dicho, por alguien que quiere casarse con ese y ese es él!
¿Qué sucede? Que para que él no piense semejante cosa empiezo yo, nerviosísima a declarar que no me gusta el matrimonio (¿?), que los niños me fastidian (¡falso!) que en mi familia todos se han quedado solterones (cierto… hasta cierto punto), que tengo muy serios problemas económicos y familiares, que me impiden aportar al matrimonio otra cosa que esos mismos problemas y un genio bastante levantisco. Que tengo otro novio. Que el gran amor de mi vida murió en la guerra europea, en un avión de la RAF sobre cualquier frente. O que se casó con otra y mi pobre corazón no resiste la idea de otro amor… Y cuando ya el señor, absolutamente convencido de que no soy, por ningún motivo, la mujer que le conviene, desaparece del horizonte, entonces, añadida al escozor que produce la ausencia de alguien que ya se estaba haciendo imprescindible, viene la otra pregunta:
-¡¿Y por qué dejaste escapar a ese maravilloso partido?!
- Señor… o señora… ¡porque usted me lo espantó! Esa sería la respuesta adecuada. Pero la buena educación, las normas sociales y un sentido que es en mi casi enfermizo, mezcla de timidez y miedo de herir a los demás, me hacen que busque toda clase de excusas, invente toda clase de historias, me enrede cada vez más en ellas y termine por evitar la presencia de seres que me son queridos, para no tener que contarles que no me casé con el señor porque el señor no se casó conmigo, ya sea porque encontró otra que le gustó más, porque tuvimos un disgusto cualquiera, porque encontramos que no había afinidad de gustos o caracteres y, por sobre todas las cosas, porque al pobre también lo debían tener loco preguntándole cuándo se casaba conmigo!
Llevo tres semanas en Caracas y nadie me ha preguntado cuándo me caso. Hace pues, tres semanas, hermosas semanas en que no me siento un problema social, que hay que resolver de cualquier manera. Pero como ni eso ni el inmenso cariño que tengo por Venezuela son razones suficientes para expatriarme en forma definitiva y como pienso volver pronto a mi tierra, que tanto quiero, y a mis amigos que son lo mejor de mi afecto, les mando este mensaje que no quiere herir la susceptibilidad de nadie –bien agradezco que tanto se preocupen por mí y que no quieran verme a brazo partido con la vida, trabajando como “una portuguesa”… Amigos míos queridísimos: no vine a Venezuela a casarme sino a trabajar en televisión. No me pienso casar en Venezuela por la razón sencillísima de que el hombre perfecto, dueño de mi pensamiento y mi recuerdo –ahora no es inventado sino real- no está aquí… Pero no les voy a decir dónde está ¡porque me lo espantan!
(Publicado en Dominical de El Espectador - 1952)